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El tiempo de Cthulhu ya acabó. Photo: La Tercera
El tiempo de Cthulhu ya acabó. Photo: La Tercera

Escalofríos poscoloniales: Necesitamos más terror latino para decolonizar nuestros miedos

Autoras como Silvia Moreno-García o Mariana Enríquez están reinventado el terror desde una posición política que lo desbroza de lugares comunes. 

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Me gusta pasar miedo, especialmente cuando puedo controlarlo cerrando las páginas de un libro o apagando la televisión. De todos los géneros que abordan la realidad de la persona, el terror es uno de los más íntimos; nos enfrenta a algo muy atávico, que está muy por debajo de nuestra conciencia y, como los hongos, se expande y comunica sin ser algo definido.

Aquello que nos asusta toma forma de ideas basadas en aprendizajes muy primitivos y están basados en una narrativa del “Otro” como un enemigo sombrío y desfigurado al que necesitamos poner cara para poder enfrentarnos a él, sin haber entendido que el mayor villano reside, como postuló el psicoanalista Gustav Jung, en el interior de nosotros -la sombra que o aceptas y abrazas, o acaba contigo. Y a veces es colectiva. 

En la narrativa de terror clásica encontramos autores como Edgar Allan Poe, cuyos relatos como El gato negro o La Caída de la Casa Usher, ocurren en entornos domésticos cargados de simbolismo y en donde hay una línea muy fina entre lo sobrenatural que rodea a los personajes y la propia oscuridad interior - de alguna forma, somos paisaje. Lo contaminamos y nos dejamos contaminar por él-. Del otro lado está H.P Lovecraft, que inauguró el horror cósmico situando a sus monstruos en los confines de la tierra o en el espacio exterior, a la vez que creó mundos paralelos. 

Aunque Lovecraft fuera una persona retraída y con un profundo odio a los migrantes, comparte con la mayoría de los autores clásicos, desde Bram Stoker a Walpole una mirada sobre el terror que aborda lo que escapa de su propia cultura y territorio como algo a lo que hay que temer. 

El eurocentrismo y sus tópicos han fagocitado el universo de lo extraño y temible hasta el punto de que incluso los autores que trabajan el género hoy día se sienten tentados a caer en las redes de estos lugares comunes. 

Sin embargo, una nueva generación de autoras están desbrozándolo del tufillo a viejo, patriarcal y supremacista.

Entre ellas, Silvia Moreno-García, autora de Mexican Gothic, una novela que este verano copó muchas atenciones por su inusual giro del terror clásico, abordando la eugenesia en México a través de la historia de una joven mexicana, Noemi, que acude a ayudar a su prima, que vive en un castillo y está casada con el temible Virgil Doyle. Noemi es víctima de extrañas visiones y pesadillas y averigua que los Doyle se hacen servir de las esporas de un hongo para prolongar su vida y mantener cierta pureza genética.

Mexican Gothic es una historia bien hilada -si bien no escalofriante-, donde Moreno-García demuestra gran maestría a la hora de de revertir los tópicos de autoras como Daphne du Maurier o Mary Shelley aprovechándose de esos temores culturales elementales para darle un cariz político y postcolonial a su narración. Aunque por momentos, y dado que se trata de deconstruir esos lugares comunes, los fans del folclore mexicano hubiéramos agradecido más inmersión en el tiempo, los años 50’ del pasado siglo, y los propios mitos latinoamericanos que repueblen ese imaginario. 

También Mariana Enríquez, autora argentina que se ha convertido por méritos propios en la gran dama del terror latinoamericano, nos conduce de la mano en Nuestra parte de noche a través de sociedades secretas, médiums y fuerzas del Más Allá en una historia que se ramifica desde el Buenos Aires de la dictadura hasta el Londres de los años 60’ y nos remite al peso de las herencias, que nos persiguen como fantasmas y acaban condenándonos. 

E igualmente lo hace la puertorriqueña Ann Davila Cardinal, al situarnos en Category Five en la isla post-María, donde han aparecido cadáveres con el corazón arrancado y fenómenos extraños que tienen que ver con la construcción de un complejo hotelero, abordando a través de Lupe, su protagonista, la compleja doble identidad de los latinos estadounidenses y las relaciones entre los boricuas y U.S. 

Las tres autoras apelan al miedo, no a la manera de Lovecraft como un ser indeterminado, ni tampoco a la manera de China Miéville como un monstruo que habita en la ciudad con nosotros, sino que redefinen este horror y nos lo enfrentan con los prejuicios y los sufrimientos que cargamos. Desde el género, desde la raza y el legado; universalizando y creando empatía. Porque somos, como dijo Saramago, islas que están conectadas y nuestros miedos son tan diversos en esencia como nosotros mismos.

Reescribir el temor es volver a situarnos en el centro.