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Foto de archivo: EFE/MATTHEW CAVANAUGH
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Cuando Washington estornuda, toda Europa se resfría

La inversión del famoso refrán del siglo XIX es la descripción precisa de lo que pareciera estar sucediendo en la política internacional: los roles no sólo se…

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La llegada al poder de un candidato como Donald Trump no es un asunto innovador. El populismo es una constante en la retórica política, pero su resurgir en el siglo XXI ha cogido por sorpresa a más de uno.

La estrategia electoral de Trump fue recurrir a un nacionalismo inválido, en un país construido por la mano de obra inmigrante y sobre las bases de un Estado forjado desde los cimientos, dando origen a una de las culturas más heterogéneas del mundo y cuya fortaleza le transformó en la potencia mundial por antonomasia.

El racismo, clasismo, la misoginia y la supremacía blanca, fueron tan sólo el abreboca de lo que la nueva administración tenía preparado para el país del hombre libre. El veto migratorio con el que Trump inauguraría su mandato se vio auspiciado por un gabinete de hombres, blancos y multimillonarios que en nada representan la mayoría del pueblo americano, siendo éste un fracaso más de la apaleada democracia.

Pero sus colaterales no sólo se han restringido al continente americano. No es simple casualidad que la campaña presidencial de Donald Trump se inaugurara tan sólo una semana antes del referéndum inglés por la permanencia en la Comunidad Europea, que dio como resultado el fenómeno del Brexit, con un 52% de la población dispuesta a abandonar el modelo diplomático más sólido después de la Segunda Guerra Mundial.

El motivo que impulsó ambos fenómenos fue el mismo: la inmigración. La población inglesa aseguraba que el extranjero se aprovechaba de oportunidades que le correspondían al oriundo, y las opiniones en los Estados Unidos eran (y siguen siendo) exactamente iguales.

Ante el Brexit, el Primer Ministro británico David Cameron dimitió, cediendo su lugar a Theresa May quien hizo pública la decisión de someter el Brexit a voto parlamentario el 17 de Enero de 2017, y su activación está prevista para el 29 de Marzo, tan sólo 4 días después del aniversario de la firma del Tratado de Roma que, en 1957, pretendía hacer de la guerra un asunto “no sólo impensable, sino materialmente imposible”, con mitad del continente aún extinguiendo los fuegos aislados que quedaban del segundo gran conflicto bélico.

A finales de diciembre de 2016, se hicieron públicos los candidatos a las elecciones generales de los Países Bajos, destacando entre ellos el fundador del Partido por la Libertad, Geert Wilders.

Wilders fundó su campaña en la más acérrima de las islamofobias, abogando por la prohibición del Islam en Holanda, así como el Corán, la Burka y el veto migratorio, una estrategia que Donald Trump ya tenía bajo la manga para ser puesta en acción un mes después.

Pero Wilders no obtuvo los escaños necesarios, y fue el representante de la centro-derecha Mark Rutte quien vencería, dando un respiro a la Comunidad Europea, que observaba aferrada al asiento.

El panorama europeo ahora se encuentra en las manos de dos frentes políticos que representan el estado de tranquilidad del continente: Francia y Alemania.

El populismo no ha esquivado al país de la Ilustración, siendo Marine Le Pen el personaje fundamental en la retórica anti-europea, anti-islámica y nacionalista. Presidenta del partido de extrema derecha Frente Nacional, e hija de su polémico fundador Jean-Marie Le Pen, esta abogada francesa ha basado su campaña en la reactivación de la pena de muerte, el control de las fronteras mediante el abandono del espacio Schengen, un referéndum por el abandono del euro y posteriormente de la OTAN.

Si bien las encuestas le dan la ventaja a su contrincante, el ex asesor económico del Presidente François Hollande, Emmanuel Macron, la reformulación de la retórica trumpista en suelo francés tiene temeroso a más de uno, sobretodo al Presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani quien ha asegurado que “la posición del Parlamento no es populista”.

El escenario más seguro es el que se perfila para Alemania. La potencia europea ha estado bajo el mandato de la Canciller Angela Merkel, quien dirige el país desde el 2005 y quien se ha postulado de nuevo a las elecciones de septiembre de este año. Merkel es una de las figuras políticas más estables, con una alta tasa de aprobación entre el pueblo alemán, que ha presenciado el surgimiento de tendencias anti-inmigrantes como Alternativa para Alemania (AfD), cuyo ligero repunte en las últimas semanas ha sido captado por el rabillo del ojo de muchos especialistas.

De una u otra manera, la Presidencia de Donald Trump y la realidad del Brexit serán tan sólo la punta del iceberg de la transformación política mundial. Será responsabilidad de la Comunidad Europea el adoptar nuevas y más arriesgadas estrategias para mantener la calma en un mar que amenaza con hacer naufragar la paz de los últimos casi 70 años.